lunes, 1 de noviembre de 2010

Cuatrero: ladrón de ganado


Mi padre me llevaba de paseo al frigorífico. El recorrido comenzaba con el viaje por la ruta 3 al frigorífico que estaba a las afueras de bahía blanca, hacia el sur, casi a la entrada de Gral. Daniel Cerri (pueblo en el que viví hasta los 5 años). Podemos decir que Cerri es el pueblo de mi infancia, y a su vez, un lugar marcado por la carne.
[viaje en colectivo línea 519 desde bahía blanca a Gral. Daniel Cerri- exterior-día]

Su población se acrecentó por la presencia de dos frigoríficos, Corporación Argentina de Productores de Carne (CAP) presente en el pueblo desde 1903, cuando todavía el pueblo conservaba el nombre “Cuatreros” y, Villa Olga. Sólo el segundo siguió funcionando bajo otras firmas. Un arroyo entubado, conecta el frigorífico con el exterior y, atraviesa el camino de acceso al pueblo. El olor a podrido que inunda el espacio, producto de los desechos del frigorífico, es el primer contacto con el estado de las cosas. “Llegamos a Cerri”.
Uno podría pensar que el cuatrerismo atraviesa la historia de este pueblo. El robo de animales llevó al Gral. Daniel Cerri a construir el Fortín Cuatreros en 1876; una lucha contra los aborígenes ladrones de ganado (cuatreros).

[Fortín Cuatreros- Exterior-Día]

El paseo comenzaba en la explanada del frigorífico frente a una gran reja eléctrica. Una frontera entre el adentro y afuera, entre lo vivo y lo muerto, un lugar espectral. Ahí mismo, del lado de adentro, nos esperaban una pareja de perros doberman, las mascotas de Abelino, el jefe. Me asustaban mucho, ni hablar que casi medían lo mismo que yo. Bajo su compañía, subíamos una pequeña rampa que conducía a las oficinas. Saludábamos a los empleados de siempre y seguíamos rumbo a los corrales. Recuerdo el color celeste de azulejos y marrón de muebles de oficina. Por los ventanales se veía de lejos la casa del jefe en un extremo, un chalet rodeado de arboleda, y en otro extremo la entrada al frigorífico propiamente dicho.
El siguiente olor es el de los corrales. Olor a bosta de vaca. Las vacas estaban encerradas en corrales con piso de cemento bajo un techo de chapa, predestinadas a un fin común. Las contemplaba con cierta cautela. Sus miradas eran miedosas, estaban asustadas, aturdidas. Me resultaban animales casi muertos, no jugaba con ellas. Intentaba encontrar al ternero, como en el campo, pero allí todas eran iguales.

martes, 7 de septiembre de 2010

Frigorífico “Siracusa”- Interior- Día

[Riel, oscuridad, frio.

Se escucha a lo lejos el sonido de una media res que corre por el riel. De golpe, muy velozmente, gira por el codo del pasillo y llega directo donde estamos parados Carlos, mi padre, y yo. Mi papá ni bien escucha el ruido, me pone contra la pared, y me deja inmóvil. El sonido se acrecienta cada vez más hasta que llega el animal, hasta que alguien grita “va” cuando ya está por caer. Las 500 toneladas de carne chocan con otra que aún no había entrado a la cámara y cae al piso.

Luego aparecen unas risas de fondo y unos hombres que salen de la oscuridad del pasillo vestidos de blanco y manchados de sangre].

Para los matarifes, los despostadores, los que juntaban los huesos y separaban la grasa, esa escena era parte de los divertimentos cotidianos.

Cierto terror mezclado con adrenalina, como en el tren fantasma o en la montaña rusa, resultaba ser también un paseo para mí.

Las paredes estaban frías y oscuras, muy poca luz alumbraba los pasillos. Entrabamos a las cámaras, gigantes y recorríamos los pasillos internos donde estaban colgados los animales, cuatro veces más grandes que yo, en largas filas, casi infinitas. Algunos envueltos en estoquinete, una suerte de piel sintética, que aún recuerdo su olor y textura, otros simplemente “desnudos” “en carne viva”, con la forma de un objeto inerte pero aún peligroso.

El ambiente que recorría el frigorífico me resuena a lo que cuenta Echeverría en “El Matadero”, aquellos personajes jocosos y violentos, que lograban ser siniestros. Siempre tenías que estar en estado de alerta. Porque se armaban peleas: los despostadores trabajan de madrugada, muchos de ellos llegaban borrachos y tenían uno o varios cuchillos en la mano. Las bromas en los pasillos sucedían habitualmente. Quizás para soportar algo de ese mundo: el frío, la muerte, la sangre en sus manos, la carne, los cuerpos despedazados, ese olor entre lo vivo y lo que se está pudriendo, las tripas, las vísceras… Echeverría cuenta de esas mujeres “la chusma” a la espera de un pedazo que se cayera de las manos del carnicero.

“En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más prominente era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. A sus espaldas se rebullía, caracoleando y siguiendo los movimientos, una comparsa de muchachos, de negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las arpías de la fábula, y entremezclados con ellas algunos enormes mastines olfateaban, gruñían o se daban de tarascones por la presa.”(p.27)


m/i



jueves, 19 de agosto de 2010

historias de carnicería



Cuando era chiquita solía ir con mi abuelo a una quinta que tenía en Villa Arias, en frente a San Cayetano, en Punta Alta. Ahí solo había una casita y un gran criadero de chanchos. Las demás hectáreas habían sido plantadas alguna que otra vez, pero ese nunca había sido el fuerte de mi abuelo. A él le gustaba criar animales, y creería que le sigue gustando.
El siempre tuvo, o por lo menos desde que yo tengo memoria, una carnicería en la parte de delante de su casa que se llamaba DON ELOY, igual que mi bisabuelo, su padre. Veranos enteros la pasaba ahí adentro, ayudando con la caja, viendo a mi abuela hacer milanesas y hamburguesas y a mi abuela cortar la carne. Me encantaba estar allí con ellos. Me gustaba el resto de hueso y carne que se formaba en la maquina que utilizaba para cortar la carne con hueso. Mi tía y mi mamá cuando eran chicas se ocupaban de limpiar todo eso durante la siesta.
***
Mi abuelo carneaba animales, en general chanchos. Nunca lo ví carnear una vaca, pero seguramente lo había hecho. Yo era chiquita, pero me encantaba estar con él, lo seguí a todos lados. Nunca me asustó la sangre o el sonido agudo y desesperado que sale del cuerpo del animal pronto a morir. Eso era parte de la normalidad de un carnicero, de mi abuelo, y yo lo acompañaba.
Lo que más me gustaba era ver al animal por dentro. Los pulmones son como telitas. Las tripas a la basura. Era descubrir lo oculto, lo interno, adentrarse en la anatomía misma del animal. Allí quedaron todos mis deseos de convertirme en una mujer de ciencias, aunque aun esté a tiempo.
La mesa de metal, el goteo constante sobre el piso, y el pequeño río de sangre que corría por la entrada de porlan hasta llegar a la tierra. Después se tiraba agua para que no quedara allí pegada, aunque nunca se iba del todo.
El olor que cubría todo el lugar era muy fuerte. Apenas te bajabas de la camioneta Ford 100 celeste de mi abuelo ya lo sentías. Recuerdo que antes de ir, solíamos pasar por las panaderías a recolectar las sobras para dárselas de comer a los animales. Eran recortes de pan sobretodo, mezclado con algunos vegetales. Mi abuelo llenaba unos tachos azules que tenía y que colocaba en el acoplado sin tapa de la camioneta.

martes, 17 de agosto de 2010


proyecto carne
la carnicería, el matadero, el frigorífico. imágenes del sur, de nuestro sur. allá por la bahia, junto a arroyo pareja en el sur de la provinicia de buenos aires.
camiones, la ruta agujerada por el peso, y mucho tierra. el frío adentro y afuera, la media res en el hombro, y un delantal blanco lleno de sangre.
este primer proyecto nuclea nuestras imágenes de la infancia. nuestros viajes,paseos y vivencias que confluyen en la carne.



sábado, 15 de mayo de 2010

proyecto carne: este primer proyecto buscar indagar en un imaginario lleno de campo, ruta, frigoríficos, mataderos y carnicerías. Constituye como tal un puntapié inicial para recrear ciertos momentos de nuestra infancia y adolescencia, de nuestras historias familiares, de nuestros más memorables recuerdos... Buscamos documentar esos momentos, volverlos más fantasiosos, desmentirlos hasta volverlos más ciertos, olvidarlos para volver a recrearlos con otras formas y en otros formatos.
Es por todo esto que proyecto carne surge de una necesidad de volver a revisitar esas imágenes, recuerdos y periplos que surgen de nuestro paso por el sur de la provincia de Buenos Aires...